¿Qué nos dicen los nuevos datos sobre el abandono escolar prematuro en Cataluña?

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La Encuesta de Población Activa, publicada a finales de enero de 2022, muestra que el abandono escolar prematuro en Cataluña ha bajado 2,5 puntos en un año hasta situarse en un 14,8%. Si bien se trata de un descenso estructural del abandono, por lo que no es fruto de políticas destinadas específicamente a este objetivo, hay que celebrar la mejora de los datos e impulsar medidas eficientes para prevenir el abandono entre el alumnado más vulnerable.

La cifra de abandono escolar prematuro (AEP) que teníamos hasta el momento en Cataluña (según datos de 2020) indicaba que el 17,4% de jóvenes entre 18 y 24 años no tenían ninguna titulación más allá de la ESO y declaraban no estar estudiando. España, con un 16% de media, se situaba en una vergonzosa primera posición en Europa, mientras que Cataluña se situaba por encima de la media española y muy por delante de otras comunidades autónomas con indicadores de nivel de vida similares a los nuestros.

La publicación de los nuevos datos muestra un descenso muy significativo que nos indica que Cataluña tiene un AEP del 14,8% y el conjunto de España, del 13,3%.

No obstante, la cifra es una media que no expresa la diferencia clarísima que hay entre las chicas que abandonan el sistema educativo (o a quienes el sistema abandona), que representan el 9,9%, y los chicos, que se sitúan en un escandaloso 19,4%. Hay otros elementos, aparte del género, que también hacen que esta tasa varíe enormemente, como el origen geográfico, el nivel de estudios de la familia y la renta.

No debemos perder de vista que, tras años de descenso, alcanzar una cifra de AEP por debajo del 15% tiene que ser un motivo de satisfacción.

La UE fijó un objetivo de reducción del abandono escolar especialmente adaptado para España del 15% para 2020 (que, por tanto, habríamos alcanzado, si bien con un año de retraso) y del 9% para 2030, que es dentro de ocho años y del que en estos momentos estamos demasiado alejados. Pero no debemos perder de vista que, tras unos años de descenso y de cierto estancamiento, alcanzar una cifra de AEP por debajo del 15% tiene que ser un motivo de satisfacción.

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Cada punto porcentual que reducimos son personas, chicos y chicas que deciden seguir adelante, continuar estudiando y como mínimo cursar un grado medio o un bachillerato y graduarse en educación secundaria posobligatoria. Aunque es un pequeño paso (la diferencia teórica son solo dos años de instituto), representa todo un universo en las posibilidades de acceso a otros estudios, acceso al mundo laboral y desarrollo económico personal y colectivo.

Se trata, por tanto, de hechos nada despreciables, sobre todo si tenemos en cuenta cómo han sido los últimos dos años para los estudiantes en general y para los adolescentes en particular. En este contexto, continuar con motivación, seguir yendo a clase, seguir estudiando, pasando exámenes y aprobando a pesar de la pandemia, las bajas del profesorado, los confinamientos y las clases a distancia ha sido una heroicidad. Se merecen una ovación.

De todos modos, es importante que la satisfacción y la euforia resultantes de este descenso de más de dos puntos y medio porcentuales no nos lleve a relajarnos.

Cataluña, por encima de la media española y del objetivo europeo

Cataluña todavía es la quinta comunidad autónoma con más AEP del Estado español. Venía de ser la séptima por la cola, lo que significa que estamos en una peor posición relativa porque otras regiones lo han hecho mejor que nosotros. Además, a la espera de ver los datos actualizados a escala europea, es muy probable que sigamos estando en la cola de Europa (o a la cabeza, en una lamentable competición).

En este sentido, podríamos hablar de un descenso estructural del abandono, y nuestra región ha seguido esta tendencia, casi natural, de los jóvenes a mantenerse cada vez más dentro de los estudios secundarios. Probablemente, el mercado laboral al que se podía acceder con poca cualificación ha perdido parcialmente su efecto llamada a causa de la mayor especialización de gran parte de las opciones profesionales, incluso en los empleos del sector servicios.

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No sabemos qué pasará cuando dejemos atrás la crisis provocada por la pandemia y se reactive la economía de sectores menos especializados como el turismo o la construcción, ni qué efectos directos tendrá en el abandono el aumento de la pobreza. Sin embargo, parece haber consenso entre las voces expertas en AEP en que la tendencia será hacia la estabilización y el descenso de esta tasa.

Por otro lado, también se han adoptado valiosas medidas estratégicas, como el refuerzo y la diversificación de la formación profesional, la limitación de la repetición de curso en la ESO u otras medidas de emergencia vinculadas a paliar las consecuencias educativas de la covid-19, como los fondos europeos Next Generation para la Educación o el Plan de Mejora de Oportunidades Educativas del Departamento de Educación.

El abandono ha disminuido, pero no podemos olvidar este 14,8%. Se trata de jóvenes con nombres y apellidos.

Pero no podemos olvidar este 14,8%. Se trata de jóvenes con nombres y apellidos. Sobre todo chicos, adolescentes nacidos en el extranjero, jóvenes de la comunidad gitana, alumnos provenientes de familias con bajo nivel educativo y bajo nivel de ingresos. Algunos tienen dificultades de aprendizaje, otros presentan una falta de orientación educativa, muchos seguramente conviven con la desmotivación, la soledad y la incertidumbre.

También destaca el hecho de que quizás se han escolarizado en centros con gran escasez de recursos y falta de especialización suficiente para gestionar la complejidad, con ratios demasiado elevadas, matrícula viva u otras carencias.

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Para alcanzar el objetivo europeo de reducción del AEP en 2030 deberíamos hacer decrecer la actual tasa de casi el 15% a un 9% del alumnado, lo que supondría facilitar que, como mínimo, 5 de cada 100 adolescentes que habrían abandonado continúen estudiando, tomen decisiones acertadas, se gradúen y puedan acceder, si quieren, a los estudios superiores o a un mercado de trabajo cualificado.

Esto requiere estrategias precisas e intencionales: si dejamos a estos adolescentes como un mal estructural de nuestro sistema, los estamos naturalizando y los invisibilizamos. Por sí mismos no cambiarán de tendencia y además, como señalan los expertos, cuanto menor es la tasa, más cuesta reducirla.

Es una cuestión de justicia social trabajar para evitar esta exclusión educativa, y ya conocemos soluciones y estrategias exitosas que se están llevando a cabo no muy lejos de nosotros. Basta con fijarse en el País Vasco o en Portugal. Por ejemplo, el Gobierno vasco ofrece un servicio personalizado y continuado de orientación para el alumnado que finaliza la secundaria posobligatoria y ha reforzado y diversificado las opciones de FP. Por otro lado, Portugal lanzó en 2012 un plan integral para combatir el abandono y el fracaso escolar, que permitió reducir las cifras de AEP de un 41% en 2002 a un 13,6% en 2016, centrándose en la atención precoz y la atención individualizada del alumnado con mayor riesgo de abandono.

Cada joven que abandona los estudios (o a quien los estudios abandonan) será en el futuro una persona adulta con mayor riesgo de pobreza.

Si nos limitamos a aceptar la nueva tasa como un éxito, estamos dejando de lado a chicos, chicas y familias que necesitan que el sistema educativo los integre, los haga sentir como en casa y los acompañe hacia la educación y, por tanto, hacia la plena ciudadanía. Cada nuevo joven que abandona los estudios (o a quien los estudios abandonan) será en el futuro una persona adulta con mayor riesgo de pobreza y con dificultades para acceder a sus derechos con la plenitud exigible en una sociedad democrática. Tenemos que poner en marcha con carácter de urgencia, desde los distintos estamentos responsables, medidas eficientes dirigidas a la prevención del abandono entre el alumnado más precarizado para conseguir que disponga de itinerarios educativos con sentido, calidad y futuro.

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Imagen: Paola de Grenet / Ayuntamiento de Barcelona

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