Las conductas disruptivas, de indisciplina o incluso de agresividad distorsionan el funcionamiento óptimo de las clases y comprometen las condiciones de enseñanza y aprendizaje del alumnado. Al mismo tiempo, se ha evidenciado que estos problemas de actitud, cuando perduran en el tiempo, perjudican el progreso educativo de los alumnos que los experimentan. Las respuestas que se han dado a este problema desde los centros educativos han sido variadas, desde el establecimiento de sistemas de faltas y expulsiones hasta enfoques preventivos o actividades de gestión emocional. ¿Qué sabemos de la efectividad de estas intervenciones? ¿Cuáles funcionan mejor? ¿En qué condiciones? ¿Y cómo podemos avanzar hacia programas conductuales más efectivos en Cataluña?