Cuando el vínculo es política educativa: mentoría, equidad y comunidad
25/11/2025
El webinar Vínculos que marcan la diferencia situó en el centro una idea tan antigua como esencial: no hay educación sin vínculo. Tres voces expertas dialogaron para explorar su sentido y su potencial: Carlos Magro, pedagogo y divulgador; Daniel Osias, director de la Fundación Marianao y referente en acción comunitaria; y Mar Avendaño, directora del programa Mentora. La conversación, moderada por Miquel Àngel Alegre, desplegó una mirada profunda sobre el papel del vínculo, la comunidad y la mentoría en la lucha contra las desigualdades educativas y la exclusión.
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“Cuando un joven no se siente visto, difícilmente se siente capaz.” Con esta idea abría Magro una conversación que situaba el cuidado, la atención y los afectos como el núcleo de lo educativo. Durante décadas, la investigación ha sido clara: abandonar los estudios multiplica por tres la probabilidad de vivir en pobreza, y los jóvenes que crecen en contextos vulnerables abandonan hasta seis veces más que los de familias con más recursos. Aun así, el sistema sigue funcionando demasiadas veces como si el éxito o el fracaso escolar fueran únicamente una responsabilidad individual.
El webinar recordó que el origen de las desigualdades educativas es social, y que las respuestas, por tanto, también deben ser colectivas. Aquí es donde entra la mentoría, entendida como una intervención que “mejora las habilidades socioemocionales, las actitudes hacia la escuela, la autoestima y la autopercepción, y acaba teniendo impacto académico”.
A partir de ahí, Alegre planteaba varias preguntas clave: ¿en qué condiciones debe desarrollarse la mentoría? ¿Qué papel tienen los barrios y las comunidades, tanto para facilitar que la mentoría arraigue como para beneficiarse de ella? ¿Cómo podemos darle rango de política educativa?
“Es hora de situar el vínculo en el centro. La educación necesita imaginación, utopía y valentía. Nos lo pide el país, y nos lo piden los jóvenes” - Carlos Magro.
El vínculo en el centro de la educación
“No hay educación sin vínculo”, insistía Magro, recordando que Arendt y Freire —desde tradiciones pedagógicas muy distintas— han reivindicado siempre el cuidado como esencia de la tarea educativa. Pero este vínculo, que sostiene el aprendizaje, es precisamente lo primero que se pierde cuando el sistema se rigidiza, especialmente en la secundaria. En estos espacios, donde la complejidad aumenta, el vínculo a menudo se delega, se debilita o se da por supuesto.
La mentoría —bien estructurada, estable y sostenida— restablece ese vínculo roto o debilitado. Devuelve a alguien que escucha, que observa dos veces, que transmite confianza y expectativas. Y esto, para un adolescente en situación de vulnerabilidad, puede ser un punto de inflexión.
Mar Avendaño lo resume con claridad: la mentoría no sustituye a nadie. No es refuerzo académico ni una tutoría formal. Es acompañamiento. Una forma de estar, una mirada que no juzga y que crea el espacio para que el otro pueda ser.
¿Qué define una buena mentoría?
- Una relación horizontal, sin jerarquías. No se trata de decir “haz esto”, sino de caminar juntos mientras el joven descubre hacia dónde quiere ir.
- Un espacio seguro, donde hablar, expresarse y equivocarse sin miedo, y donde el joven siente que su voz importa.
- Un propósito educativo claro, con objetivos compartidos y conversaciones significativas.
- Un voluntariado formado y comprometido, que está ahí por convicción y recibe apoyo constante para sostener el vínculo.
- Una red que acompaña, porque la mentoría solo funciona plenamente cuando escuela, entidad, familia y municipio reman en la misma dirección.
Como recordó Mar Avendaño, la mentoría no es improvisación ni buena voluntad: es una metodología estructurada, con formación, límites, intencionalidad educativa y un cuidado constante del voluntariado. Por eso no puede quedar en la periferia del sistema, sino que requiere planificación y reconocimiento institucional.
¿A quién ayuda la mentoría?
A cualquiera le podría ir bien tener un mentor, pero para algunos alumnos es imprescindible. Mientras que la mayoría de niños, niñas y jóvenes acomodados disponen de referentes naturales (o mentores naturales, si se prefiere), no es así para los que viven situaciones de vulnerabilidad social o educativa. Es en estos casos cuando la mentoría (provocada) es más necesaria que nunca, especialmente en momentos de transición delicados —entre primaria y secundaria, o entre la ESO y los estudios postobligatorios—, en alumnado que da signos de desafección o cuando las redes de apoyo son débiles, inexistentes o inestables.
Para estos jóvenes, una persona que cree en ellos puede suponer un antes y un después. Alguien que pone palabras a posibilidades que nadie les había formulado, que ayuda a ordenar miedos y deseos, y que acompaña en la reconstrucción del proyecto educativo y vital. “Cuando el vínculo falla, el futuro se difumina”, recuerda Daniel Osías.
“El que transforma es tan sencillo como la relación humana. Pero eso no puede depender solo de la buena voluntad. La mentoría debe entrar en el centro de la planificación educativa” - Mar Avendaño.
La comunidad y el voluntariado, dos motores
La mentoría no es solo una relación entre dos personas. Es la punta visible de un ecosistema comunitario. Hay municipios donde la mentoría arraiga porque las escuelas son permeables, las entidades están activas y la administración local asume que educar es una misión compartida. En otros, en cambio, los lazos comunitarios son débiles y hay que construirlas casi desde cero.
Osías insistió en una idea fundamental: “El reto no es sumar recursos, sino conectarlos. Cuando los territorios trabajan coordinados, la mentoría deja de ser un programa aislado y pasa a formar parte del ADN educativo del municipio.” Cuando centros educativos, servicios sociales, entidades y familias comparten diagnóstico y camino, el territorio se convierte en un espacio educador. No es solo lo que pasa entre mentor y joven, sino todo lo que ocurre alrededor.
Así mismo, Avendaño subrayó la importancia del voluntariado como figura clave: “El voluntariado no es solo quien acompaña, sino quien hace posible la experiencia. Si no cuidamos a quienes cuidan, la mentoría no puede funcionar.”
Cada persona adulta que dedica horas a escuchar y acompañar a un estudiante al que no conoce, está realizando un gesto de compromiso profundo con la educación. Por eso hacen falta formación, seguimiento, espacios de retorno y reconocimiento. Cuando el voluntariado se siente parte de una comunidad educativa más amplia, los vínculos no solo se crean, sino que perduran.
“La fuerza está en la comunidad. Necesitamos que las administraciones reconozcan su poder educativo y apuesten por políticas permeables y valientes”, Dani Osias.
¿Qué tendría que pasar para que la mentoría fuera política educativa?
Los ponentes coincidieron en que no se trata de diseñar un único modelo de mentoría para aplicarlo de arriba abajo, sino de crear condiciones para que la mentoría pueda arraigar y crecer en cada territorio. Esto implica que las políticas educativas reconozcan explícitamente el valor del vínculo y del trabajo comunitario y que destinen recursos estables a ello, además de institucionalizar canales, espacios y relaciones que incluyan a todo el ecosistema. También supone apostar por equipos municipales capaces de tejer redes entre centros, servicios y entidades; prever tiempos reales de coordinación; y promover marcos como los planes educativos locales que permitan una mirada compartida entre agentes sobre las trayectorias educativas.
Las iniciativas basadas en el vínculo requieren tiempo, continuidad, coordinación y una mirada estructural sobre las desigualdades. Son políticas menos visibles, más lentas y más difíciles de comunicar. Aun así —recuerda Magro— son precisamente las más transformadoras: “Las políticas que ponen el vínculo en el centro son las más transformadoras, pero también las más difíciles de hacer. Necesitan valentía institucional, no sólo diagnósticos.”
En definitiva, los tres coincidieron en que hace falta valentía política e imaginación educativa para situar el vínculo en el centro: políticas que reconozcan el papel de la comunidad, transformen estructuras y creen condiciones para que la mentoría pueda arraigar en cada territorio.